Maitei. Mba´éichapa? Peike peikua´a hagua mba´epa oi ko´ape!!

Maitei. Mba´éichapa? Peike peikua´a hagua mba´epa oi ko´ape!!

Este es un espacio que buscará rescatar algo de mis redacciones diarias de noticias, en especial aquellas con enfoque de desarrollo campesino, cultural y las iniciativas de las poblaciones de la rivera, entre otros temas interesantes y positivos.

KuKu AkaNgO MaRAnDu representa un lugar en donde demostraré que los fantasmas y tabúes que aún rondan en nuestra sociedad no son un impedimento para que la gente pueda sobresalir, buscar mejores fronteras para el desarrollo y tener una vida digna.

Buscar este blog

sábado, 7 de mayo de 2016

EL PUNTO DEL BRILLO

Mirando cada ventanilla de las empresas de transporte y esperando un gesto de aprobación, recorría en la cálida mañana asuncena, el niño Juan Pérez de tan solo 12 años. Lustrabotas de oficio y estudiante de sexto grado en sus ratos libres. La Terminal de Ómnibus de Asunción era su lugar de trabajo durante seis horas de lunes a sábados. 

El hermano del medio, eso creía que era Juan. Vive en un asentamiento pobre en Lambaré, distante a unos 20 kilómetros de la Terminal de Asunción. Su día iniciaba puntualmente a las 4.00 para dirigirse a su puesto laboral, como lo define a ese espacio.

“Hoy llegué temprano”, mencionó a uno de sus cotidianos clientes, un guarda de transporte de la empresa Guaireña. El peculiar cliente despistado y sumergido en los chats del WhatsApp hizo caso omiso a aquel relato. El niño, tímido, entonces se sumergió de vuelta en su mundo. 

Eran las 5.00 de la madrugada y Juancito, como lo llaman sus amigos, ya pesquisaba por los primeros clientes antes del alba. Con entusiasmo siempre inicia con el ritual de lustrar zapatos untando el betún en los calzados, solo tiene para el color negro. Tras el procedimiento que lo hace de manera cuidadosa para no manchar la ropa del cliente, procede a cepillar el resto del betún de manera profesional. Lleva como tres años en el buscándole el brillo a los zapatos.  

Entre charlas o el silencio, su gama de clientes no sobrepasa 20 al día. El paso final consiste en dar brillo al calzado de los transeúntes de la Terminal, a esos zapatos que caminan tanto como él. 

Mientras espera el cobro por el trabajo que hizo con el sudor de la frente, no puede evitar preguntar si puede volver al día siguiente para repetir el mismo paso: lustrar el calzado del nuevo cliente que se ganó. 

La Terminal de Ómnibus de Asunción; que en épocas altas cobija a más de 70.000 viajeros, alberga a 18 lustrabotas que se dividen el horario en dos turnos de 6.00 a 12.00 y de 12.00  a 18.00. Pobre de aquel que sea encontrado lustrando botas fuera de horario. “Es suspendido”, comentó Juan a unos de sus clientes más preguntones del día. Este grupo de trabajadores informales tiene su código de disciplina. Los educadores nos controlan, añadió al referirse a los trabajadores sociales de la Secretaría de la Niñez y Adolescencia que controlan a los niños trabajadores. 

El niño se alberga diariamente en el lugar, menos los domingos que se queda a descansar.  Mientras un letrero de la empresa de transporte la Encarnacena invita con el lema “Disfrute del placer de viajar”, el niño lustrabotas solo concreta ese viaje en sus pensamientos. Juan se resigna a trabajar, no hay otra salida. Es el menor de ocho hermanos. Tres varones y cuatro mujeres. “Ayuda”, responde tímido ante la pregunta de sus clientes si lo que junta diariamente permite cubrir los gastos.  

Mientras en otro rincón de la pequeña Terminal, un lustrabotas -un hombre de casi 60 años- se dispuso a dar brillo al calzado de cuero de un guardia. Sentado ya en el piso con el cepillo untado de betún, el pie del cliente se dispuso a caminar y se retiró del lugar sin dar argumentos. 

El guardia perdido en su mundo, atendió una llamada del celular y se fue lentamente del lugar, bajo la atenta mirada absorta del lustrabotas, que resignado cogió su caja y siguió su camino en busca de otro cliente.  

Una paloma posa en la baranda del segundo piso. Ellas dominan la zona. Mientras al fondo se oyen risas y llanto de despedidas y encuentros. En pleno día laboral. La terminal pierde su brillo. Hay poco movimiento. Unos mochileros dan color y se roban la mirada de los pasajeros que aguardan subir al bus para emprender el viaje. 

“Amigo  adelante”, es la voz tímida que se oye de uno de los vendedores en la empresa Crucero del Norte. Todos van o vienen de ningún lugar es lo que expresa el rostro de los viajeros. Absortos. Cansados. Confundidos o resignados.

La tradicional masa hecha a base de maíz, no falta para su venta. La Terminal viste su peor gala en un día laboral y con poco movimiento de pasajeros. Mientras las ventas no son buenas, la chipera tienta a la suerte jugando quiniela. “No hay venta”, se queja con voz quejumbrosa y pesimista.

Sentada a lado de la mercadería de dulces y chipa  ofrece con pocos ánimos sus productos.  Nadie la mira ni se acerca a comprar nada.

“Mbaeteco la venta?”, pregunta una viajera. “Oimimi. Amalicia pe huelga culpare ndaipori.mbaeve. Ni gente ndoui terminalpe”, se siguió plagueando mientras la temperatura ya alcanzaba los 34 grados centígrados a las 9.00 de la mañana. Ña María, la chipera, muestra un rostro lastimero, moreno, esculpido por las arrugas. Una mirada perdida es el contacto visual con sus clientes. La jornada es lenta y aburrida.

La chipa es su sustento diario de toda la vida. Ocupa un espacio pequeño y últimamente no vende mucha chipa. Si canasto está casi vacío. Solo le resta esperar vender algo para salvar el día. “Chipa, chipa, dulce”, resuena para ofrecer sus productos. 

La pasarela de la terminal está cargada de rostros sin nombres. La chipera, el guarda, el lustrabotas son parte esencial de la Terminal de Ómnibus.  Los viajeros solo son pasajeros.