Maitei. Mba´éichapa? Peike peikua´a hagua mba´epa oi ko´ape!!

Maitei. Mba´éichapa? Peike peikua´a hagua mba´epa oi ko´ape!!

Este es un espacio que buscará rescatar algo de mis redacciones diarias de noticias, en especial aquellas con enfoque de desarrollo campesino, cultural y las iniciativas de las poblaciones de la rivera, entre otros temas interesantes y positivos.

KuKu AkaNgO MaRAnDu representa un lugar en donde demostraré que los fantasmas y tabúes que aún rondan en nuestra sociedad no son un impedimento para que la gente pueda sobresalir, buscar mejores fronteras para el desarrollo y tener una vida digna.

Buscar este blog

miércoles, 13 de abril de 2016

AUTOBIOGRAFÍA

Nací en Coronel Oviedo en 1985. Las oportunidades de una familia campesina; que migró del campo a la ciudad, eran muy bajas en cuanto a aspirar a una carrera universitaria. Mamá siempre me repetía sobre la importancia de un título universitario, por lo que aposté en mi adolescencia por algo seguro como la tecnicatura en Contabilidad en un colegio público.

Las notas eran excelentes, pero imaginas que pasaría gran parte de mi vida encerrada entre números y cuatro paredes me frustraron. Una propuesta primaveral hizo nacer en mí la opción por el periodismo. En la época del colegio nació la idea de una revista escolar. El plan se concretó y la idea de escribir me apasionó. En esa época guardaba celosa poemas escritos al azar, hoy ya tirados por el horror que me causó leerlos a mis 25 años. Esa es otra historia.

La idea de optar por otra carrera y romper esquemas en lo trazado, albergó el miedo y la ira de mi mamá Delia Paredes al hablarle de mis ganas de estudiar periodismo. Es que todo ya estaba planificado, mi segundo paso era estudiar Contabilidad en la Facultad de Economía de la Universidad Nacional de Asunción.

Romper ese esquema fue mi primer desafío, solo obtuve el apoyo de papá Oscar Oviedo. Y así, inicié un largo camino para  aprender sobre el mejor oficio del mundo, como lo describió Gabriel García Márquez, renombrado periodista y escritor colombiano.
El camino no fue fácil, sin experiencia. Provengo de una familia que no alberga periodistas en el entorno y en la que todos veían difícil mi desenvolvimiento porque soy tímida. Rompí esquemas, cambié, me forje y la Facultad de Filosofía solo logró escupir una autómata. La experiencia la obtuve en la calle y en la radio.

Hoy soy periodista de calle y escritorio. Licenciada en Ciencias de la Comunicación por la Universidad Nacional de Asunción (UNA). Me declaro una amante de la comunicación radiofónica (aunque ahora las palabras se trasladaron a la escritura). Actualmente, trabajo en la sección País del Diario Última Hora desde hace tres años y 11 meses. 

El llamado del terruño

Tras una pausa laboral, la Terminal de Ómnibus de Asunción fue el punto de encuentro con la vida y la desesperación. Rostros tristes, alegres y opacos desfilaron por la pasarela de las ventanillas de las empresas que ofrecen sus precios de pasajes según la cara de desesperación del cliente. Eran las 14.00 del 24 de diciembre del 2015. Día lluvioso, trágico y nostálgico.

A tan solo horas del brindis, me sumé a ese desfile de rostros desesperados, fui una más entre miles. “Los pasajes ya se terminaron hoy para Coronel Oviedo”, dijo el guarda. Esa respuesta fue tajante en cada ventanilla, en cada empresa. La frustración agonizó en mi corazón. La venta de boletas se disparó y no alcanzó para la demanda de viajeros.

La desesperación de no poder pisar tierra ovetense; esa tierra roja bajo los pies descalzos que guarda tanta vida cotidiana, llena de sacrificio, ese terruño que te extraña y que cada vez que volvés te ve con ojos de extranjero, fue la situación límite al borde de la locura.

Un guarda se acercó y preguntó: ¿para dónde? Coronel Oviedo, respondí. Y solté un suspiro. El hombre me ofreció el pasaje de una mujer, que por motivos desconocidos, decidió no viajar. El negocio se cerró entre ella y yo. Sostuve tan fuerte aquel papel, que por gracia infinita del destino llegó a tiempo para emprender el viaje de 130 kilómetros bien lejos de Asunción.  
El viaje fue como un bálsamo para llegar a casa. “Esa tierra ovetense, con su cielo guaraní, ese es mi hogar”, reflexionaba en cada kilometro recorrido lentamente.

Hace tres décadas que festejo la Navidad en mi terruño. Llegar era una forma de volver a mis raíces: la calle Itacurubí. Esa tierra donde nací, que no me forjó, pero me trajo al mundo me esperaba tan apacible, entre charcos y tierra roja que se impregnó en mis botas.

El olor a verde, a pasto, a cultivo, a chacra a arroyos impregnó mi olfato al llegar a la emblemática Terminal de Coronel Oviedo, ubicada al borde de la ruta.

“Leche, coca, milanesa”, era el grito inmenso de los vendedores ambulantes en la terminal. Pero yo solo podía pensar en mi próxima osadía: ¿cómo llegar tierra adentro?

Los taxistas cesaron el trabajo, eran las 19.00. Con un cielo azul encima de mi cabeza, emprendí camino a pie a casa de mis abuelos maternos, nostálgica pero con fuerzas. Desde la terminal ovetense a mi destino me separaban más de 100.000 pasos o quizás menos, no importó cada paso que daba en la tierra de mi terruño me acercaba cada vez más a mi destino.

Y visualice en un largo camino la otra realidad, otro mundo, bajo el resguardo de los árboles, bajo la vista del crecimiento de los cultivos y pensé: esa es la tierra de mis abuelos, tierra forjada con sudor y sacrificio.

El camino que me llevó a ese lugar mágico,  fue construido por las manos de mi abuelo, a veces  empinado, otros oscuros. Un abrazo, una sonrisa, me esperaban al final del camino, lo que me motivo seguir pese a que mis botas se llenaron de barro. Cada paso era más pesado y difícil. Intenté no llorar y centrarme en el campo.

Cruce el alambrado, los arroyos, los cultivos de maíz y caña, y al fin llegué a la meta. “Mamá, ya estoy acá”, fue mi grito triunfal. Sentí que renací. El ranchito, el tatacua y el calor del hogar estaban allí, en el centro de la Villa Santa Elena. Mi familia  me esperaba  con algarabía en la Noche Buena. El tiempo se me deshizo en polvo, pero llegué, no importa la hora, lo que es importa es volver.